lunes

Historia de Eli - Capitulo 9


Hester y Tanya corrieron por la ladera arbolada como pudieron, ya que Hester avanzaba más lento por el hecho de cargar con Elisabeth. Aún así, nadie les seguía, ya que habían dejado al barbudo intentando apagar el fuego de sus prendas y a 'cicatriz' en blanco. Los muchachos no sabían porque de repente aquel señor se había parado, dándoles la oportunidad de recoger a Eli, pero tenían la sensación de que la chica les diría la respuesta a su ansiosa pregunta. Siguieron bajando sorteando arboles hasta que encontraron cobijo dentro de un gran árbol, a el cual las raíces gruesas y fuertes no tocaban el suelo, y servía de refugio.
Pararon allí, metiéndose lo más adentro que podían para esconderse bien. Entonces el chico dejó a la niña en el suelo, junto a él y la miró. Su pálido rostro mostraba una mueca aún con los ojos cerrados y mantenía los puños apretados. Su pelo rubio, el cual los muchachos no habían podido reparar, formaba pequeñas ondulaciones sobre los hombros de la chica, aunque parecía estar algo descuidado. La ropa que le habían dado le quedaba grande y Hester se sonrojó un poco, apartando la vista. Tanya no reparó tanto en ella, sólo se fijó en la marca que le había quedado en los brazos de las pisadas. Husmeó en la pequeña mochila que tenía Hester, que había robado de la carroza antes de coger a Eli y huir: había unas prendas un poco más nuevas, aunque mayoritariamente para chico. Observó que Hester llevaba puesto lo mismo que Eli y ella, pero con unos pantalones de la misma tela.
-Seguro que lo disfrutaron, los muy... -soltó entre dientes.
Se acercó a Hester y sin decir nada le rompió un cacho de su camiseta. Él le miró sorprendido, mientras ella con ese trozo de tela vendaba los brazos de Eli, que mostraban unos moretones muy grandes cerca de los codos. La muchacha soltó unos gritos apagados mientras Tanya apretaba fuerte la tela, parecía que en el brazo derecho el hombre había pisado con más fuerza, ya que tenía el hueso roto por lo que parecía. Tanya echó una mirada a Hester con la que le dijo que se marchara un momento sin decir palabra.
Éste se quitó la camiseta hecha jirones y se la acercó a Tanya, antes de coger la bolsa y salir fuera del hueco que creaban las raíces del árbol. La muchacha entonces subió la camiseta a la niña tendida en el suelo, dejando su cuerpo desnudo. Entonces se fijó en la tripa, donde el señor había clavado su bastón ardiendo: había una marca a fuego que parecía un cuadrado partido por un rayo. Aún estaba rojo, y seguramente a la niña le dolía, pero ella no podía tocarla, por lo que sabía. Ella no tenía el poder repelente que poseían los que leían las mentes. Por lo tanto, decidió volver a bajarle la camisa, cerciorándose de no tocar su piel desnuda. Luego reunió unas cuantas hojas e hizo una especie de cama con ellas.
Después de terminar con todo, silbó llamando al chico. Éste entro de nuevo y movió a la muchacha a la cama, tal y como Tanya le había indicado con gestos. La chica se fijó en que Hester se había puesto una de las camisas que había visto en la bolsa, pero que había permanecido con esos pantalones, que no estaban tan rotos. Se miraron el uno al otro, sin dirigirse palabra. Tanya le arrebató la bolsa de las manos y salió del escondite. Hester se acercó a la muchacha rubia y le empezó a apartar el pelo de la cara, acariciándole en suaves movimientos la cara con las manos. Cuando terminó, se tumbó cerca de él y miró al cielo que se entreveía por las raíces y acabó cerrando los ojos, aún siendo ya de día.
Tanya estaba fuera, ya cambiada de ropa por unos pantalones largos y una camiseta que le quedaba muy grande. Tenía la espalda apoyada en una raíz y miraba el bosque preocupada, sabía que no debería haber huido. Después de quedarse pensativa durante unos momentos, tomó una decisión y entró al escondite. Vio a ambos dormidos tan plácidamente que les dio hasta pena, pero se acercó a la oreja de Hester:
-Adiós... -susurró, antes de darle un rápido beso en la mejilla.
Dejó la bolsa cerca de Eli, para que tuviera algo para cambiarse cuando despertara, aunque le quedaría muy grande, y volvió sobre sus pasos, dirigiéndose de nuevo al camino, donde la carroza le estaría esperando, con dos furiosos y lujuriosos adultos...
Hester abrió los ojos de su fingido sueño.
-Sabía que pasaría, - dijo resoplando - que tonta llegas a ser a veces, Tanya.
Luego cerró los ojos de nuevo, y entonces se durmió de verdad.

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