miércoles

Historia de Eli - Capítulo 12

Se quedaron un momento allí sentados: Eli barajaba las opciones que tenía y si la curiosidad que sentía por conocer a sus padres era tan grande como para inviscuirse en su búsqueda; en cambio, Hester al ver que no obtenía respuesta por parte de la muchacha comenzó a explorar el terreno con su aguda vista, fijándose en cada detalle de su campo de vista, miró una y otra vez el lejano poblado, intentando aprenderse la situación de cada edificio y por tanto, de cada calle.
Entonces se levantó sin decir palabra y empezó a dirigirse allí, seguida por Elisabeth, que se esforzaba para dar cada paso e intentaba no alejarse mucho de Hester, incapaz de seguir su ritmo. Él se paraba de vez en cuando para dejar que la muchacha se acercase y no quedara muy atrás.
Elisabeth dejó de preguntarse el porqué de la resistencia que tenía Hester, aunque a ella le costaba bastante alcanzale. Aún así hizo acopio de sus fuerzas y intentó aguantar hasta el pueblo, del cual ya se veían los humos de algunas chimeneas que estarían preparando la comida.
-Ya falta poco. Vamos.- le apremió Hester.
Eli se volvió a sorprender de que la voz de Hester no mostrase cansancio alguno aunque no hizo ningún esfuerzo siquiera para responder, bastante fatigada estaba ya como para hablar.
Cuando llegaron al poblado, tomaron un camino diferente al que estaba trazado en el supuesto recorrido de la carreta y entraron por la puerta este. Cuando atravesaron el arco que se abría en la pequeña empalizada que rodeaba el pueblo se dirigieron al primer edificio público que vieron y entraron, intentando evitar las calles. 
El olor de la cerveza y el bullicio de la gente que se encontraba en la taberna donde habían entrado asqueaba a la pequeña muchacha que, cansada, se sentó en la primera mesa libre que encontró, en una esquina del edificio. 
Hester le siguió y se sentó enfrente. Entonces se le acercó a la cara y le dijo en un tono en el cual le pudiese escuchar:
-Elisabeth, mira si reconoces al barbudo o al "cicatriz" entre la gente de la taberna. 
La muchacha asintió con un leve gesto de la cabeza y se puso a observar mesa por mesa disimuladamente con la mirada. 
Entre las 6 mesas restantes -2 de ellas vacías- no había nadie que destacase demasiado: en una de las mesas dos hombres bastante trajeados hablaban a susurros mientras bebían de sus respectivas jarras; en la contigua a la de los señores un grupo de adultos hablaba a gritos mientras agitaban y chocaban las jarras; en la más alejada un joven de rizos pelirrojos se limitaba a mirar el reloj una y otra vez; mientras que en la restante unos señores bastante canosos compartían las historias que su vida les había dejado ver. Respecto a la barra, un musculoso hombre pasaba una y otra vez una jarra por agua jabonosa de un cubo, mientras con un trapo la frotaba, a fin de limpiarla.
Eli volvió a mirarlos a todos con más detenimiento: ninguno era el barbudo ni el "cicatriz".
Hester, de mientras, planeaba cual sería el siguiente paso para acercarse a la carreta sin ser vistos. Barajaba la posibilidad de taparse con algún tipo de capa, para ocultarles el cuerpo y parte de la cara para que ni el cicatriz ni el barbudo les reconocieran. Lo que no sabía, era donde poder encontrar una capa. Se acordó de la bolsa, y al instante se puso a buscar algún signo de que hubiese dinero. Removió la ropa que aún había y palpó con la mano: una especie de bolsa de cuero se encontraba al fondo. Hester la sacó y comprobó su interior. Unas cuantas monedas, más de quince.
Las volvió a guardar después de inspeccionarlas y miró a Eli.
-Ninguno- respondió la muchacha a su mirada. 
Él entendió que se refería a la gente de la taberna y se levantó, dirigiendose a la puerta. 
Algo más descansada, aunque aún con una respiración acelerada de tanto esfuerzo, la niña le siguió. 

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