viernes

Colmillos de lobo - Capítulo 1


-Vamos Nel. Más rápido – le apremiaba el señor Dirksen desde la mesa. Nel apuró sus movimientos, siempre precisos, sin dejar ver cambio alguno en la expresión de su rostro. – Hay invitados, no les hagas esperar.
Entonces Nel abrió una puerta con el pie, mientras con ambas manos llevaba los platos a los reunidos en aquella mesa. Tres pares de miradas se depositaban en él mientras dejaba los platos en la mesa.  Uno de los invitados pronunció un débil gracias, que Nel ignoró antes de volver a desaparecer por la puerta que daba a la extensa cocina, cargando con los anteriores platos, ya sin comida alguna.
La señora Ginseli dirigió una mirada al señor Dirksen y luego a su hija, que se situaban en ambas esquinas de una larga mesa. El señor Dirksen no pronunciaba palabra a menos que fuese para decir frases sobre él, alabándose a sí mismo o para narrar sus heroicas historias. La señora Ginseli mostraba una atención sorprendente: con cada palabra del señor Dirksen se mostraba más entusiasmadas por una nueva historia. Su hija, in embargo, se entretenía intentando apartar el flequillo de su cara sin las manos, una vez lo consiguió con movimientos de la ceja y quería volverlo a conseguir. Su madre le reprochó con miradas muchas veces durante la velada, pero ella hacía caso omiso y seguía jugueteando con sus cabellos rubios.
El señor Dirksen miraba de vez en cuando a la hija de la señora Ginseli, interesado. Sin embargo las miradas se centraron entonces en su plato repleto de comida que había traído y hecho su sirviente, Nel. Examinó un poco el plato antes de comenzar a comérselo lentamente, para parecer educado antes sus invitadas.
La comida fue silenciosa, sólo se oyeron los ruidos metálicos de los tenedores y cuchillos chocando contra los platos, que se fueron vaciando poco a poco.
La hija de la señora Ginseli, Esira, miraba el plato con desprecio. Era un guiso repleto de salsa y guisantes, cosas que a ella no le gustaban nada. Comió sin rechistar la mitad del plato solamente, antes de volver a juguetear con sus cabellos.
Una vez que el señor Dirksen y la señora Ginseli hubieron terminado sus respectivos platos, miraron a Esira. Ella seguía intentando apartar el flequillo que casi le tapaba su ojo derecho, ésta vez soplando. Al señor no le pareció maleducado el comportamiento de la joven, ya que la belleza de la misma le cegaba. Por eso, le sonrió.
-¿Has terminado? – le dijo el señor Dirksen.
La señora Ginseli asintió de inmediato, pero cuando observó que la pregunta no iba para ella, miró a su hija. Ésta ni se había dado por aludida, jugueteando con su pelo. La señora carraspeó.
-Esira…
La muchacha movió los ojos lentamente hacía su madre, y entonces sonrió. No sabía por qué la llamaba, pero la mayoría de veces esa sonrisa le había librado de un reproche.
-¿Has terminado? – repitió Dirksen, serio.
-Sí, sí  - asintió la joven. Una vez que vio que no le hacían más preguntas, Esira se puso a juguetear con los dedos, entrelazándolos y soltándolos, otro de sus pasatiempos favoritos.
El señor Dirksen miró rápidamente y sin mostrar interés el plato de la señora Ginseli, y al ver que al igual que el suyo estaba vacío, procedió a tocar una campanita que servía para llamar a Nel. Éste cruzó la puerta en un instante y empezó a recoger los platos, sin hacer ningún ruido. Esira levantó un poco la vista y buscó algún tipo de señal de sentimientos en aquellos profundos ojos oscuros y sin luz del sirviente. Pero parecían opacos, vacíos…
-¿Os he contado ya la historia…? - comenzó a decir el señor Dirkens, atrayendo la interesada mirada de la señora Ginseli y la sorprendida mirada de la joven.- ¿…de la lucha que tuve contra el lobo?
Entonces Nel miró un instante a su señor, antes de desaparecer de nuevo por la puerta con una mueca de disgusto. El señor Dirksen dejó entrever una sonrisa, mientras miraba a la hija de la señora Ginsale por enésima vez en aquella noche.
-No, señor. – respondió ella con una voz seca, e inmediatamente se miró el flequillo, que ya le estaba molestando de nuevo.
-¿Sería usted tan amable de contárnosla, señor Dirksen? – dijo la madre, intentando reparar la sequedad de la respuesta de su hija.
El señor la miró, esbozando de nuevo una sonrisa.
-Bien… - el señor carraspeó y entonces entrelazó los dedos de ambas manos encima de la mesa y miró a ambas, sintiéndose interesante, como si lo que fuera a decir fuese la historia más interesante jamás contada. – Era una fría noche de invierno, el rió que discurre al este estaba totalmente helado, con una capa de hielo de un grosor escalofriante. ¡Figúrense! El hecho es que me dirigía al cementerio, a velar de nuevo la muerte de mi difunta esposa. – A Erisa le atravesó un escalofrío por toda la médula al advertir que aquel hombre no mostraba ni un atisbo de tristeza al hablar de su mujer. Cada vez le caía peor aquel señor. – En el camino tuve que pasar por el puente que atravesaba el río, que aún siendo de piedra y poseer aquellos bonitos mosaicos en los bordes, parecía muy soso cuando no se podían apreciar bajo esa capa de nieve que los cubría. No se podían apreciar bajo esa capa de nieve que los  cubría. Sin embargo, aquel paisaje era mucho más bonito con los árboles blancos y con la gran esfera plateada del cielo reflejada en el cristalino hielo…
Esira dejó de prestar atención. Aquel señor, para ella, sólo pretendía embaucarles con sus rebuscadas invenciones. Desde un principio Regi, su madre, se había mostrado muy interesada por sus historias, pero a ella ya le empezaban a parecer cansinas. Hablaban de diferentes temas, aunque la mayoría eran sobre problemas de la ciudad que. Gracias a él, se habían solucionado. Resopló por dentro. Patrañas. Esiraa no se creía ni una palabra de lo que había oído, y aunque el titulo de aquella última le había llamado la atención, volvió a pensar que era mentira. Sin embargo volvió a prestar atención automáticamente cuando escuchó la palabra ‘lobo’ surgir de sus labios.

-… y aquel lobo me miraba. Contrastaba con el ambiente ya que su pelaje no era blanco como el de la mayoría de los demás. Sus ojos oscuros, dos esferas sin fondo, me observaban, enfriándome la sangre y produciéndome un escalofrío. Muchas veces había visto lobos, blancos e inmaculados, pero ese no era así, e incluso parecía más grande de lo normal. Dudé entre acercarme a él o proseguir en mi camino sin prestarle atención, pero como si hubiese leído mis pensamientos, se puso en medio del sendero y me miró, clavando sus profundos ojos brillantes y relucientes en los míos. Y luego  sin pensarlo dos veces, avancé. Aún siendo un lobo, una criatura salvaje no podría conmigo. Sin embargo él pareció sentirse atacando, ya que me mostró sus dientes, grandes hileras de unos colmillos blancos y brillantes, mientras gruñía. Pero no pudo conmigo.
Esira resopló. Lo sabía, otra de sus historietas inventadas. ¿Cómo ese señor podría haber vencido a un lobo sanguinario? Todos los que si se habían topado con uno, habían muerto, o perdido algún miembro, normalmente mientras escapaban de sus sangrientas miradas. Además, por lo que sabía todo el mundo, y Esira había investigado sobre ello, los lobos sólo eran blancos. Como la nieve. Y aparecían en manadas, camuflándose con el entorno. Si no era blanco, no era un lobo. Así de sencillo. Seguramente ni siquiera había visto jamás un lobo, al contrario de lo que aseguraba Dirksen en su relato.
-Mirad – continuó diciendo.
Esira no le miró, no quería más de sus mentiras y montajes.
Sin embargo, su madre no le quitó ojo, y se sorprendió al ver lo que enseñaba el señor Dirksen.
-Eso… - murmuró, lo suficientemente asombrada como para no poder acabar la frase.
-Sí – sonrió el señor Dirksen al prever lo que quería decir.-, es su dentadura. Los colmillos del lobo.
Esira miró automáticamente al oír esa sentencia. No pudo expresar su asombro al ver que en las manos del señor Dirksen estaba un colgante – que había llevado puesto durante todo la velada, invisible por la camisa – con un montón de figuras plancas y puntiagudas, sin ningún tipo de imperfecto en su superficie brillante. Tal y como los había descrito Dirksen. Tal y como los imaginaba la joven.
Los colmillos del lobo.

2 comentarios:

  1. ¡Leído!
    ¿De dónde provienen los nombres? Molan :33 Son elegantes :D

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  2. Jejeje, me alegro de que lo hayas leido! :33 xDD
    Pues los nombres son invención mía, normalmente escribo letras que quiero que tenga el nombre y luego las cambio de sitio para que suenen bien (?). Sí, es una chorrada, pero así salen los nombres xDDD

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