sábado

Colmillos de lobo - Capítulo 2


Regi Ginsali y Esira ya se habían marchado de la mansión del seño Dirksen. Había anochecido y la luz de la luna a dos días de estar llena iluminaba el pequeño coche de caballos que se alejaba por el camino hacia el sur. El camino estaba en partes blanco, por la nieve que había caído aquella noche. Dirksen los había seguido con la mirada hasta donde había alcanzado su vista, pero después se sentó y pidió a su sirviente que le diera una copa de vino. Nel no se hizo de rogar y poco después le trajo la copa de cristal y se la lleno con un vino muy caro, aunque el señor Dirksen se lo tomara como aperitivo.
-¿Sabes Nel? – dijo el señor Dirksen a su sirviente, que se encontraba de pie a su lado, esperando que le mandara alguna tarea. El señor bebió un sorbo de vino antes de continuar. – Nadie me cree ninguna de las historias hasta que les enseño éstos colmillos de lobo… ¿Qué gracioso, verdad? – rió el señor, apurando la copa de vino. Nel no dijo palabra, y hizo una mueca de disgusto, mientras miraba la copa vacía. No tardó en servirle otra y disponerse a recoger la enorme mansión, cuando su señor se dirigía a la cama.

Esira jugueteaba con el pelo, pero sin conseguir sacarse los colmillos de lobo de la cabeza. Siempre le había interesado el tema de los lobos: sombras blancas que se camuflaban entre la nieve. Todos los describían así. Nunca había oído  de lobos con otro pelaje que no fuese blanco. Alguna vez habían comentado en fiestas que organizaba su padre, que se había encontrado un lobo negro, pero al darle caza había resultado ser un simple perro salvaje, y se le había matado sin pensarlo dos veces. Sin embargo, los lobos blancos tan abundantes en esa zona, eran venerados por algunos como si fueran dioses, movidos por el terror que les inspiraba a los ciudadanos, más de uno con algún familiar o conocido muerto por sus garras.
Y ahora el señor Dirksen poseía la dentadura de uno. Y era de un lobo, ya que ningún perro tenía los dientes tan afilados ni tan blancos. Eran los colmillos de un lobo, no cabía duda. Lo único que no cuadraba era porqué los tenía él.
Esira bostezó. Pensar tanto le había cansado, y ya eran altas horas de la noche. Estaba exhausta, con ganas de pasar la noche en su cama. Sin embargo, aún tenía dudas en la cabeza. Y las que pudiera las conseguiría responder antes de irse a dormir.
-Madre -  susurró Esira. Regi no tardó en mirarla.-, ¿tú crees al señor Dirksen?
-Claro, -respondió casi de inmediato – no tengo razones para no hacerlo.
-Pero, sobre los colmillos de lobo…
 -Sabía que me lo preguntarás – le cortó su madre – deberías dejar de darle vueltas a la cabeza. Los has visto, son reales. Punto final. –le dijo rápidamente.
Algo que caracterizaba a Regi Ginsali era su rapidez al hablar. A veces la rapidez no le dejaba vocalizar bien y acababa siendo incomprensible.
Esira se removió en su asiento, intentando adoptar una nueva posición que le fuese más cómoda. Aún tenía dudas y presentía que no podría dormir al menos que las contestase, y la respuesta de su madre no le convencía nada.
-¿Por qué cenamos tantas veces en casa del señor Dirksen? – le preguntó a su madre, ya que era, si no había contado mal, la cuarta noche que iban a su mansión a cenar.
-Es sencillo – respondió su madre fríamente, mientras miraba por la ventana.
Esira le miraba intrigada, ella no entendía lo “sencillo” de aquel asunto, pero por como se hacía esperar la respuesta, adivinó que era un asunto muy serio. Siempre que las largas y rápidas conversaciones se acababan por no tener respuesta a una pregunta de Esira, significaba que era algo serio, que normalmente se comentaba en presencia de su padre.
Por lo tanto, Esira se puso a mordisquearse las uñas nerviosa, hábito que apenas tenía, a menos que le corroyera la curiosidad por saber algo que se hacía esperar, como era el caso. Miraba por la ventana, sin inmutarse de lo que veía, ni siquiera de aquel lobo que se fundía entre las zonas blancas y cubiertas de nieve.
Nada más llegaron a casa, después de que el cochero les abriera la puerta y tras bajar ambas fuera, Regi dio unos pasos rápidos con sus piernas cortitas, todo lo contrario a su hija, que era de las chicas jóvenes más altas. Tras abrir la puerta Regi comenzó a buscar por las distintas habitaciones de la pequeña casa a su marido. AL ver que la habitación de su despacho estaba cerrada, Regi decidió esperar a que él saliera, ya que no le gustaba nada que le interrumpieran mientras trabajaba.
Mientras tanto, Esira Ginsali esperaba impacientemente dando vueltas en el salón donde la chimenea crepitaba calentando un poco esa noche de otoño. El invierno estaba cerca.

Nel recorría toda la casa, esperando no encontrarse nada encendido. Apagó cualquier vela de las habitaciones restantes, y con un candelabro en una mano, se dirigió al cuarto del señor Dirksen. Él ya estaba entre aquellas sábanas mullidas y calientes, protegido así del frío de la noche. Sin embargo tenía los ojos abiertos. Seguía despierto. Al notar la presencia del sirviente, el señor Dirksen comenzó a hablar.
-Estoy nervioso, Nel. – el muchacho ni le miraba. Se peinaba su pelo, que a la luz de la vela, su pelo de un tono grisáceo oscuro parecía negro. - ¿Sabes por qué? No, no lo sabes. ¿Te has fijado en la muchachita? La hija de la señora Ginsali. Era muy guapa, preciosa, Nel. ¿No la has visto? Bueno, y su madre me ha dio una buena noticia. – en ese momento los profundos ojos de Nel se clavaron en los violeta del señor Dirksen. Ya sabía a lo que se refería. – Mañana va a ser un gran día. – dijo, luchando por tener los ojos abiertos. – Retírate, Nel.
El muchacho hizo una reverencia antes de salir de la habitación y se dirigió a su habitación –un pequeño cuarto con una cama y una ventana. Esbozó una sonrisa.

El señor Ginsali salió de su despacho no mucho después. Sus ojos se depositaron en su esposa, y luego en su hija, que no paraba de dar vueltas por el salón.
-¿Qué tal la velada en la mansión del señor Dirksen? –dijo con una voz muy cansada, seguramente de llevar toda la noche trabajando en su despacho.
-Perfecta –dijo Regi mientras plantaba un beso en la mejilla de su marido – El señor Dirksen es muy interesante. ¿Verdad Esira?
Ella estaba tan sumida en sus dudas que no oyó nada de lo que le decían. Entonces, su padre con paso decidido le tocó el hombro y le invitó a tomar asiento en uno de los sillones mientras él mismo se sentaba en uno cercano.
-Esira – dijo con una voz seria, donde aún se podía notar el cansancio.
Ella jugueteaba con sus dedos, aunque atenta a la voz de su padre.
-Hoy tienes que descansar, mañana será un gran día – soltó de sopetón su madre.
Ella le miró, sin entender palabra de lo que se refería. Desplazaba rápidamente sus ojos entre ambos, su padre y su madre, intentando averiguar quién sería el que le sacaría de sus dudas.
Su padre la miró serio. Pero con los labios curvados en lo que pretendía ser una sonrisa.
-Mañana es un gran día… - el señor Ginsali buscó las palabras adecuadas para dar la noticia, pero estuvo un buen rato en silencio – porque irás a vivir a la casa del señor Ginsali.
Esira no daba crédito a lo que estaba oyendo, todas esas cenas habían sido entonces para que se acostumbrara a su presencia, porque al día siguiente… -le daban escalofríos sólo de pensarlo -… se iba a su mansión a vivir.
Esira se quedó sin palabras. Antes de que fuera consciente de ello, cayó en un profundo sueño ya arropada por sus sábanas. En sus sueños sólo aparecía el colgante de los colmillos.

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