martes

Mi, el ave del invierno

El invierno era verdaderamente helado, Mi amaba aquella estación. Posiblemente porque era de la única especie de aves que lograba volar en una ventisca a la vez que se camuflaba en ella.
Se posó suavemente sobre la nieve, y enseguida sintió el característico frescor en las patas. En aquella montaña apenas crecía vegetación, era un cerro pelado y ahora, lleno de nieve y hielo. Por suerte alrededor de éste había una gran extensión de bosque de pinos, por lo que el alimento no era una preocupación. Y los depredadores tampoco, a pesar de medir casi como un perro grande, el color del plumaje no se distinguía en la nieve. Lo único que podía delatarle eran el pico y las patas de color celeste, así como unos ojos purpúreos y aquellas dos grandes plumas doradas de la cola. Mi observó con su vista amarillenta el bosque, en pos de algún indicio de calor. Localizó la energía térmica de lo que parecía ser un roedor justo en un claro. Entonces extendió las alas y se dejó caer por la ladera. Sobrevoló el claro y descendió en círculos, sin hacer apenas ruido. Lo veía claramente, justo debajo de sus garras. Ya faltaba poco para cogerlo, preparó sus patas, echándolas hacia adelante y encogió las alas. Pero de pronto oyó un ruido, como un silbído y el puro blanco de su ala izquierda se vio manchado por un rojo escarlata. Mi cayó al suelo, revoloteando. Tenía una flecha ensartada en el ala, y no le permitía movilidad. Sentía dolor, pero su cuerpo actuó bien y se lo anestesió. De un saltito se irguió, para su mala suerte un gran brazo musculado la agarró por el pescuezo y Mi notó como de un tirón, las dos largas y bellas plumas de su cola se desprendieron para siempre. Aquellas plumas eran el tesoro de su raza, si se las quitaban no era reconocida en su familia. Y como consecuencia la matarían. Después, la dejaron allí tirada, malherida. Mi  sentía el frío que antes no podía sentir, metiéndosele a través de la gran herida hecha por la flecha. Pensó que aquellos serían sus últimos minutos de vida, y le hizo gracia que su raza fuera capaz de vivir muchos años. Si hubiera sido otra estación, quizá podía haber sobrevivido. Pero al ser invierno se congelaría poco a poco a la par que la sangre embadurnaba la nieve. Sin previo aviso una mano cálida le acarició la cabeza y supo que le quitaban la flecha. Alguien la alzó en brazos y lo único que alcanzó a oír fue esto:
-No temáis mi querida y bella ave, yo os protegeré de la muerte.

2 comentarios:

  1. Wooooooooooooooooooo!!
    Sugoi, koro-chan, te has superado *-*
    Me encanta!
    Ahora la añado a relatos ;)

    ResponderEliminar
  2. Gracias Ara ;) seguiré poniendo pequeños relatos que se me ocurran. Y la proxima semana la sección nueva ^^ tengo que empezar ya a preparar todo.

    ResponderEliminar