miércoles

Historia de Eli - Capítulo 11


Hester observaba el bosque, cada árbol, cada camino, en busca de algo que les llevara a donde él quería, y de repente se quedó mirando en una dirección. Entonces Eli se incorporó desde su posición –apoyada en una gran raíz y masajeándose el brazo roto- y se acercó a Hester, siguiendo el trayecto de su mirada con los ojos. Se sorprendió al comprobar que no había nada en esa dirección:
-¿Adónde miras? – preguntó seria.
-Allí – dijo señalando lo que miraba – hay un poblado bastante grande. -Eli no divisaba nada, más que las ramas y los troncos de más árboles, pero no dijo nada al ver que el muchacho seguía hablando – Por la dirección que tenía la carroza antes, me atrevería a decir que se dirige a ese sitio. Si seguimos por aquí llegaremos un rato después que la carroza y si tenemos suerte, quizá paren allí y tengamos la oportunidad de coger a Tanya y huir. Por allí el camino estará embarrado, - dijo mirando de nuevo en aquella dirección y olfateando- ten cuidado de no resbalarte.
Elisabeth le miraba perpleja, pero prefirió no hacer preguntas.
Se pusieron en marcha, Hester se lo tomaba con calma, por lo que parecía no tenía prisa por llegar. Pisaba cuidadosamente el terreno y de vez en cuando daba algún salto, esquivando algún tronco grueso  en el camino y ayudando a Eli a saltarlo, ya que a la muchacha le costaba bastante pasarlos, porque ella no podía saltarlos, no tenía tanta agilidad como Hester y sólo podía apoyarse en un brazo –aunque también le hacía daño. Mientras caminaban el sol se fue alzando, aunque fue tapado por nubes en varias ocasiones, haciendo que el bosque se mostrara más sombrío. Aún así, la temperatura era soportable e incluso buena para Eli. Ella no estaba acostumbrada al calor, y el clima templado que hacía en ese momento era muy apetecible. Más tarde, el suelo empezó a mostrarse resbaladizo y embarrado tal y como había predicho Hester. Eli pisaba insegura, y alguna que otra vez se resbaló, pero conservó el equilibrio, intentando no caerse. Sin embargo, Hester no se resbaló ni una sola vez, daba pasos seguros y rápidos, aunque no avanzaba mucho, ya que esperaba por si la niña se caía y tenía que ayudar a levantarle. Ésta cada vez estaba más sorprendida, aquel muchacho parecía saberse el bosque como la palma de su mano, aunque Eli había oído algunos rumores sobre que los lee-mentes eran buenos cazadores, no lo había creído, pero ahora empezaba a replanteárselo. Hester ignoraba sus curiosas miradas y seguía avanzando.
Cuando llegaron al final del bosque, Eli se sentó en la roca más grande que pudo divisar cerca y respiró fuerte, cansada de tanto andar. Descansó un buen rato, sentada y masajeándose el brazo derecho repetidamente. Hester se apoyó en un árbol y se revolvió el pelo, como si todo ese camino hubiese sido muy corto, y eso que el sol ya se empezaba a acostar. Hester hizo caso de la mirada intrigada de la niña, y comenzó a hablar:
-Estoy acostumbrado a moverme entre bosques, -dijo sonriente- venga, no pongas esa cara de intrigada, que no te voy a contar nada.
-¿Sobre qué? – preguntó Eli, esperando que el chico cayera en su pregunta, diciéndole lo que ella quería saber.
-No te voy a decir nada de nada. – dijo mirándola seriamente
Eli miró hacia otro lado, esquivando la mirada de ese Hester serio que tanto le asustaba. Ya estaba acostumbrada a los ojos entrecerrados y la sonrisa de éste, pero esa mirada seria era tan penetrante… Parecía como si el muchacho se acercara cada vez más a ella y se metiese dentro de sus pupilas. Le daba mucho miedo esa mirada.
Al ver que la chica apartaba la vista, volvió a sonreír, haciendo como si nada hubiese pasado. Él ignoraba que aquella mirada seria fuera incómoda para los demás, por lo que cuando alguien le molestaba metiéndose demasiado en su vida, le miraba así.
-¿Puedo preguntar ahora yo? – dijo el muchacho, revolviéndose de nuevo el pelo.
-Supongo…
-Bien – le cortó el chico. Carraspeó un momento - ¿Qué vas a hacer después de rescatar a Tanya?
Eli se quedo en blanco, la verdad es que nunca se lo había planteado. No tenía a dónde volver, ni a dónde ir.
-¿Volverás con tus padres? – le preguntó de sopetón Hester.
-Soy huérfana. –le cortó Eli, mintiéndole. No tenía porque saber que no sabía nada de sus padres.
-Mentira – pronunció el muchacho. – Que no les conozcas no quiere decir que seas huérfana. Repito mi pregunta… ¿buscarás a tus padres?
Elisabeth miró con asombro a ese muchacho. Jamás se le había ocurrido buscarles, y no le parecía una idea tan descabellada.

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