viernes

Historia de Eli - Capitulo 8

Después de que Hester les contara el plan, Elisabeth se quedo tranquila, sabiendo que tenían posibilidades de escapar. Tanya se sonrojó intentando fingir enfado por el plan, por el simple hecho de quejarse, pero Hester sabía que sólo fingía, y no hizo caso de su mirada de odio. 
La primera parte del plan se realizaría lo más pronto posible.
Se trataba de fundir los grilletes de los tres, y la única capaz de hacerlo era Tanya. 
Hester y Eli miraron con asombro como los grilletes de Tanya se iban fundiendo, lentamente, haciendo que la niña al final quedara libre. 
Tanya gateó hasta el borde de su cama y entonces se apoyó en el para bajar. Se dirigió hacia las piernas de Elisabeth e hizo lo mismo con sus grilletes, dejando a ésta con libertad de movimiento. 
Eli estiró las piernas y se pasó las manos por donde antes había estado el aro metálico una y otra vez, masajeando la zona.
Luego Tanya hizo lo mismo con el aro de Hester y quedaron los tres libres. 
Fundir cada aro había tomado su tiempo, y el sol empezaba a asomarse, dejando entrever unos pequeños rayos matutinos por los huecos de la madera. Dentro de poco el carro se pararía y darían el desayuno a los tres, pero ellos tenían que fingir seguir atados. 
Tanya se puso el aro, dejando que la parte fundida la tapara su pierna, para que desde la posición donde repartían la comida no se viera.
Por su parte, Eli se negó poner el grillete de nuevo, cruzó las piernas y puso el aro entre el hueco que formaban sus muslos, haciendo que pareciera que lo tenía puesto, ya que  la ropa que llevaba tapaba el aro y su tobillo.
Hester utilizó el mismo método que Tanya, pero en su caso, puso su otra pierna encima del tobillo por si acaso se acercaban. 
Cuando estuvieron listos esperaron pacientemente hasta la parada del carro, con la que procederían a comer, y cuando hubiesen terminado, aprovecharían el tiempo en el que el conductor y el "cicatriz" comían para escapar.
Cuando notaron la parada, Elisabeth oía el latido de su corazón cada vez más fuerte, los nervios de acero de los que se jactaba siempre, en esa situación se habían fundido junto al aro que rodeaba su tobillo. Sudaba bastante, las manos las tenía empapadas de sudor, aunque el clima fuera más bien frío a esas horas de la mañana. Escuchó atentamente los pasos que salían del compartimento del 'cicatriz' y el conductor e intentó respirar más profundamente y calmarse. 
Los pasos se acercaron por al lado suyo, la muchacha se apartó el pelo de la cara dejando su claro cabello detrás de su oreja. Entonces una mano desplazó un pestillo y abrió el compartimento donde se encontraban los tres, haciendo que Eli se tuviera que cubrir la cara con la mano, para evitar que el sol que aún seguía saliendo, ya un poco más alto, le dañara los ojos.
Entonces un señor con piel clara,  una gorra verde y una barba pelirroja descuidada sacó tres boles de una olla, manchados de la comida que se encontraba en ella, y los puso encima del suelo del compartimento. Sacó un cazo y puso poca cantidad en los tres, y luego, dejando la olla en el suelo, subió al carro y cogió uno de los boles. Lo dejó despreocupadamente cerca de Tanya, que ni lo miró. Luego cogió los otros dos, uno con cada mano y los puso entre Eli y Hester. Sin perder un momento más, bajó del carro. 
Los tres niños comieron el contenido de sus respectivos boles lo más rápido que pudieron. Eli lo cogió e inspeccionó lo que había dentro: una especie de sopa grumosa y de un color que se acercaba al naranja. Lo probó, no muy convencida, y al instante se lo alejó de la boca: sopa con calabaza. Nunca la había probado, pero su primera opinión fue de asco. Pero lo tenía que comer rápido aunque no quisiese, así que vació el vertido del bol sobre su boca, produciendole varias arcadas y ganas de vomitar. 
Cuando los tres hubieron terminado, se quitaron los aros de los tobillos y se levantaron, poniéndose en fila, Hester, Tanya, y por último, Elisabeth. Cuando el primero dio la señal, salieron corriendo por donde el señor barbudo había subido. La distancia al suelo era más de lo que parecía, pero Hester y Tanya parecían ser conscientes de ello y cayeron, saliendo inmediatamente corriendo hacia la izquierda, el lado contrario a donde comían los adultos y donde un amplio bosque en caída les daría más posibilidades de escapar. Sin embargo, Eli cayó mal, haciendose daño en un pie y dándose de bruces al suelo. Hester y Tanya se dieron cuenta, pero sólo Tanya tomó la iniciativa de dar la vuelta a ayudarle. 
Los adultos, que se habían levantado cuando notaron que los pies de Hester habían tocado el suelo, se acercaron rápidamente a la niña. 
Cicatriz tenía un bastón en la mano, acabado en una esfera que quitó dándole unas vueltas. Se acercó a la niña con el bastón mientras el señor barbudo, rápidamente la inmovilizaba pisándole los brazos con sus grandes botas. Eli rompió en un chillido de dolor. 
'Cicatriz' esbozó una sonrisa y después de acercarle la punta de donde había quitado la esfera del bastón al barbudo, éste la cogió con ambas manos -pudo verse una pequeña llama y un color rojizo en el bastón- antes de posarlo fuertemente sobre la piel  de la tripa de la muchacha. Eli lanzó un nuevo grito que se superpuso a los chillidos de antes. 
Entonces desde la posición donde se encontraba, vio como empezó a arder el carro, después de que Tanya lo tocara. Ésta, con un rostro de odio que Eli jamás había visto se acercó al barbudo y lo empujó desde su espalda, haciendo que a su vez la ropa del señor comenzase a arder. El barbudo salió corriendo y se tiró al suelo intentando apagar la llama de su ropa. El 'cicatriz' de mientras, ya se había alejado unos pasos de la muchacha tirada en el suelo, y aún seguía con su bastón en la mano.
Entonces todo sucedió muy deprisa: un espíritu con un corto pelo azabache arremetió contra el 'cicatriz' y fue lo último que vio Eli antes de desmayarse, Hester la cogió rápidamente, y aprovechando que 'cicatriz' se había caído al suelo, Tanya y Hester escaparon, éste último cargando con Elisabeth.

martes

El viaje de Rya

Anduvo decidida siguiendo la dirección que le habían indicado, haciendo que debajo de sus pies crujiera la seca hierba de aquella extensa llanura. Le habían dicho que al cruzar las montañas, se encontraría con una lisa explanada dorada – que suponía que se referían a la llanura de secas hierbas-, y debería seguir hasta unas ruinas. Allí encontraría a Allmir.
Sus piernas no se rendían por la importancia de su objetivo, tenía que encontrarle, fuese como fuese. Entonces divisó las ruinas, pequeños trozos de una columna que en su momento habría sido grande y hermosa. Se acercó ilusionada, después de tanto tiempo había llegado adonde Allmir…
Le encontró no muy lejos, y lo reconoció de inmediato, un pegaso magnífico, no como los demás pegasos de la zona. Era blanco y brillante, con unas crines largas y castañas, sin ningún nudo ni desperfecto. Éste levantó la cabeza y abrió las alas, saludando a la visitante.
Rya no se anduvo con rodeos y preguntó de inmediato:
-¿Cómo podré salir de aquí?
Allmir la miró decepcionado, “Cuánta prisa tienen los hombres en conseguir lo que quieren”. Él sabía de lo que la muchacha hablaba, era la chica que había llegado a ese mundo hace 7 años, y ahora quería salir de él. Decidió hacerle un favor y se acercó a la muchacha, con un paso tan delicado que no se oía el ruido de sus cascos. Allmir sopló hacia Rya, y ésta desapareció. Volvía a su mundo.
El corcel alado se quedó allí, esperando a ver cuál sería su próxima visita.
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Ésta historia la escribí expresamente para un blog (http://ahremnan.blogspot.com/) donde Sora Keyblade (creo que se escribe asi :S) hace reseñas (muy buenas, por cierto) de un millar de libros, personajes, peliculas  e incluso mangas y animes. 
Creó un concurso que se basaba en escribir una historia sobre la imagen de arriba de 2 a 20 lineas... y así concursé, no por el premio, sino porque nunca nadie había hecho que me sintiera útil por escribir ;_; (parte sentimental)
Sin más ni más, aqui os dejo esta historia, dando gracias a Sora Keyblade 
^^

domingo

Historia de Eli - Capitulo 7



Ambos muchachos observaron a Eli hasta que dejaron de oír su llanto, sin embargo, ella no levantó la cabeza que estaba oculta entre sus brazos. Esperaron a ver si daba alguna señal de seguir ahí, con vida, pero no consiguieron ningún resultado. Apenas se oía como respiraba levemente, pero los muchachos no lo escuchaban por culpa del ruido que hacia el carruaje y los caballos.

-¿Está... muerta? - preguntó Tanya mirando al chico.
-No digas sandeces - le respondió serio. - Está dormida, como lo deberíamos estar todos... -bostezó -  ¿Ves? Incluso yo tengo sueño. 
El muchacho se tumbó como pudo en su manto de paja, muy cercano al de Eli, mirando hacia al cielo, que se podía ver a trozos por los agujeros de la madera. 
-No, - susurró Tanya - yo no tengo sueño. No te duermas, ¡todavía es pronto!
No obtuvo ninguna respuesta.  
Desesperada y de mal humor, como siempre le ponía Hester, ella también se tumbó de lado, dando la espalda al chico. Se dedicaba a contar los tablones de madera de la pared del carro que ocupaba su cama elevada - la única estructura elevada del carro - para distraerse, porque aún intuyendo que Hester no se había dormido, no quería hablar con él.
Por su parte, el chico intentaba contar cuantos días llevaba viajando en aquella carroza, y cuantas personas habrían pasado antes por la cama que ahora ocupaba Eli. La cuenta ya la había perdido, aunque aún se acordaba de cuando el Cicatriz hablaba con sus padres, y estos recibían dinero de él, a cambio de la venta del muchacho. Prefirió olvidarlo y concentrarse en otra cosa, como la sensación que le había causado esa niña tocándole los labios. No sabía por qué lo había hecho, y menos porqué se había puesto a llorar. Al fin se decidió a hablar:
- ¿Tú qué crees, Tanya?
- Supongo que sabiendo tu poder quería ver como sentía al tocar a alguien. -murmuró sin cambiar de postura para mirar al chico. 
- Tiene sentido - el muchacho estiró el brazo intentando tocar el techo, cosa que era imposible, pero él ansiaba libertad.
- ¿Escaparás? -susurró la chica al verle estirar el brazo.
- Sabes que no puedo. No poseo ninguna habilidad destructiva como la tuya, y es imposible hacerlo sin ninguna.
-Podrías escapar con Eli -dijo señalando a la otra muchacha, aún sin verle la cara.
El muchacho arqueó una ceja. Era seguramente la opción más absurda que le podría haber dado Tanya.
- Está confirmado que eres tonta. 
-¿Y ahora a que viene eso? -chilló la niña, incorporandose.
Eli levantó la cabeza de repente, el chillido la había sacado de su ligeros  sueño.
- Ya la has despertado, ruidosa - dijo Hester poniendo una de sus manos sobre la cara.
-Eso te pasa por insultarme - dijo enfurruñada, dándose la vuelta y volviéndole a dar la espalda.
Eli miró al chico -al único que podía ver, ya que Tanya estaba encima suyo- con cara triste. Se acababa de acordar de cómo había llegado a esa esquina. El muchacho le devolvió la mirada, mirando fijamente a la muchacha, luego le dedicó una sonrisa.
-No te pongas así - le susurró acercándose de repente a su oreja. 
Eli no se alejó, porque sabía que no le haría nada aunque le tocase, aún así, la experiencia de antes le había afectado lo suficiente como para no querer tan cerca a Hester.
-No te acerques tanto - le ordenó seria.
El chico se alejó atónito, volviendo al sitio dónde le gustaba sentarse, justo a los pies de su lecho. Entonces se levantó y estiró los brazos, desperezándose. Eli pudo darse cuenta que era más mayor de lo que pensaba, quizá ya llegaba a los dieciséis años. 
Tanya se dio la vuelta al oír que se había levantado, y se sentó apoyando la espalda en la pared. 
-Me has despertado -dijo molesta.
-No estabas dormida - rió Hester.
Tanya miró con rabia a Hester, le ponía de los nervios.
Todo se quedó en silencio de nuevo. Tanya observaba su cama distraída, intentando no mirar a Hester. Éste, por su parte, apoyando su espalda en la pared miraba al techo de nuevo. 
- ¿Qué poder tienes tú? -dijo Eli asomando la cara a fin de ver a Tanya
- Fuego - dijo una niña apoyada en la pared, morena de piel y con el pelo negro, parecía que rondaba unos doce, al igual que Eli. 
Eli se quedó atónita, no sabía a lo que se refería esa niña con esa respuesta. 
Tanya, dándose cuenta de la cara de Eli, cogió un trozo de paja de su cama con una mano y acercó el puño a la cara de la muchacha. Entonces salió una llama de la paja, convirtiéndola en ceniza. 
- ¿Lo entiendes ahora?-preguntó con tono severo.
Eli observó fascinada a la chica, aunque el fuego y las cenizas no le dieran muy buenos recuerdos...
-Puede quemar todo lo que toca -resumió Hester.
- Aguafiestas - refunfuño Tanya.
- ¿Todo? - preguntó la niña ilusionada
-Excepto el aire...
- Entonces, ¡contigo conseguiríamos escapar!
-¡Para el carro, nueva! - dijo enfadada Tanya- en ningún momento he dicho que tenga la intención de escapar. 
Eli le miró confusa, ¿por qué alguien que tuviera su poder no lo usaría para escapar? Miró a Hester con cara de sorpresa, pero el sólo encogió los hombros.
-Se lo he dicho muchas veces, pero se niega...
-¿Por qué? - preguntó Eli, esperando alguna respuesta convincente.
Tanya le miró ofendida, como si hubiese preguntado algo ofensivo. Eli volvió a mirar a Hester, pensando que él resolvería sus dudas, aunque de nuevo encogió los hombros. 
Todo se quedó en silencio, un siencio que incomodaba a Eli, que sentía que había hecho algo mal. Tanya resopló y miró a la muchacha.
- Es peligroso, prefiero mantener la vida. 
- ¿Por el señor?
- Bueno, el Cicatriz es una de las razones. Pero más bien me refería a mi poder, que puede descontrolarse fácilmente.
Elisabeth se quedó pensativa... Miró a Hester sabiendo que él si quería ser libre, y luego miró a Tanya, una muchacha acobardada que temía que huir significara su muerte, aún queriendo ser libre. Hester la miró, intuyendo lo que intentaba pensar, pero su mente fue más rápida y el muchacho proclamó:
-Esta noche, antes de amanecer, huiremos.

miércoles

Historia de Eli - Capítulo 6



Abrió los ojos. Un nuevo techo, ya no era el piso al que estaba acostumbrada. Aquel parecía más pequeño en cuanto a dimensiones, y de una madera vieja. Su cama se había transformado en un incomodo montón de paja, y la madera donde se apoyaba mostraba grietas que dejaba ver lo que parecía el suelo a unos centímetros de distancia. Eli no sabía dónde estaba. Al incorporarse, le dio un tirón en la pierna y le dolió de repente un lado de la cabeza. Se palpó, y notó un pequeño chichón. Luego miró como pudo su pierna, aunque no había luz eléctrica y la luna que iluminaba entre los huecos de la madera no era suficiente para ver lo que tenía. Desplazó la mano y descubrió que una figura le rodeaba el tobillo, metálica y fría, atada a una cadena. Unos grilletes le ataban a ese cuarto. Notó una presencia y se quedó quieta, silenciosa para oír que ocurría. Descubrió que ese espacio era mucho más reducido de lo que pensaba, ya que unos ronquidos procedentes de encima suyo le hizo adivinar que se encontraba en una especie de litera, y que encima dormía alguien más, "quizá el señor que me había comprado", pensó durante unos minutos, aunque descartó la idea al oír unos grilletes moviéndose arriba. Fuese quien fuese, también estaba encadenado. El silencio le pudo ayudar a oír unos cascos de caballo, diría que de dos animales, rechistando contra el suelo acompasados, hacia donde tenía la cabeza antes apoyada, y se fijó en el zarandeo del suelo donde estaba recostada. Parecía ser una carroza. Había poco espacio más, por lo que pudo calcular, unos dos pasos hasta el sonido de los caballos, y un paso hasta el del viento que soplaba a través del final de la carroza.

Estiró la mano hacia donde se oían los caballos, despacio, para comprobar cuanto separaba la carroza de la parte delantera, donde se situarían los conductores, o quizá el señor de la cicatriz. Por lo que pudo comprobar, no había mucho más sitio desde que se acababa la cama de paja hasta la madera que separaba los dos compartimentos, aunque el suficiente como para que no llegase andando, ya que los grilletes no permitían tanto movimiento. Palpó su cuerpo, descubriendo que no llevaba su vestido ni sus guantes, fundamentales para evitar tocar a la gente con la piel. Apenas llevaba unos viejos harapos que ocultaban poco su cuerpo desnudo. Necesitaba volver a conseguir el vestido, porque descartaba la idea de aprovecharse de su poder para escapar. 
Los ronquidos procedentes de encima suyo cesaron, aunque apenas se notaba por el ruido que hacían los cascos de los caballos. 
-¿Nueva? - susurró una voz femenina y un poco aguda.
Eli asintió, aunque al poco tiempo de hacerlo se acordó de que la chica que estuviera arriba no podía verle.
-Creo que sí. ¿Dónde estamos? - preguntó Eli, sin subir del tono de voz que había usado la muchacha.
- Sí, se nota que eres nueva. Aquí hay una ley, los nuevos no preguntan, sólo los más experimentados pueden hacerlo. ¿Nombre?
Eli se sorprendió de la hostilidad de la muchacha, aún así, un poco ofendida respondió a su pregunta.
-Elisabeth.
-¿Elisabeth? Había oído muchos nombres, pero ese es especialmente cantarín .-dijo con una voz picaresca - Me gusta.
-¿Hay alguien más en esta carroza? ¿O sólo somos dos?
-Veo que no entiendes lo que te dicen los superiores. - dijo una voz masculina procedente de la derecha. Miró hacia allí y descubrió la silueta de un muchacho sentado con una pierna cruzada. -Sólo somos nosotros tres. ¿Satisfecha?
-Shhh. - murmuró la otra chica. - No armes tanto escándalo, Hester.
Eli se quedó callada, escuchando con atención lo que esos dos muchachos -ya averiguó que el chico se llamaba Hester- hablaban.
-No es escándalo. Tú voz infantil es más molesta, es tan aguda que molesta a mis oídos.
-Serás... -dijo la chica entre dientes, furiosa - ¡Tu voz si que me molesta a los oídos, pueblerino!
-¿Piensas que ser de pueblo me afecta? Sueltas palabras al azar, eso demuestra que eres muy infantil. ¿Qué importa que sea de pueblo, si al final acabo a tu lado, que no lo eres? Eres tú la que ha bajado de reputación, siendo comprada. 
Las voces se callaron. Se oyeron gemidos de la cama de arriba, por lo que parecía que la niña había comenzado a llorar.
Elisabeth no quiso romper el silencio, aunque le incomodaba bastante. 
- ¿Y bien, qué haces aquí, Elisabeth?-susurró Hester.
- Me han comprado... 
- Eso es obvio, pero, el "cicatriz" no compra a cualquiera, suele comprar a gente especial, gente con talento. 
- Sólo soy una simple aprendiz de panadera. - respondió Eli, intentando olvidar el hecho de su piel y los espíritus.
- Mentira - sentenció él. - Algo tendrás de especial para que lo haya hecho. 
Elisabeth se quedó en silencio, sin saber que decir.
- Ya sabes lo que es, no juegues con ella -dijo la muchacha, con la voz recompuesta de nuevo.
El muchacho rió.
- Es verdad. En fin, parece que ahora sabes cuál es mi habilidad. O por lo menos eso espero.
Elisabeth ya había oído hablar más de una vez de gente como él. 
-Lees mentes... -susurró ella, afirmándolo.
-Exacto, esa es su habilidad, - dijo la muchacha de nuevo. - aunque también tiene la habilidad de sacar de quicio a los demás. 
- No, - replicó Hester- sólo te lo hago a ti, porque me haces gracia cuando te picas. - dijo en tono burlón.
- ¡¡Hesteeeeeeer!! - repuso la niña
- Shhh, ahora quien arma tanto alboroto, ¿Tú o yo? - rió el chico de nuevo, burlándose de la muchacha.
De nuevo se sumergió todo en un silencio incómodo, aunque esta vez, Eli se dispuso a romper el silencio.
- ¿Tú eres Hester?
- Exacto - respondió el chico.
-¿Y ella?
- Ahh, ¿la niña picona? - rió de nuevo - Se llama Tanya.
- ¿Quién te ha dado permiso para decirle mi nombre? - dijo Tanya furiosa.
- Es de mala educación no presentarse - repuso Hester en tono burlón. 
Eli miró la silueta del chico, había escuchado muchas veces que aquellos que leen mentes, llamados comúnmente los "sabios de la llanura", ya que vivían en poblados situados en extensas mesetas, eran inmunes a cualquier ataque del poder de los médium el cual poseía Elisabeth.
Alegre de conocer a alguien a quien poder tocar sin poner su existencia en riesgo, la muchacha se acercó gateando hasta donde el chico y palpó su cuerpo, con tan mala suerte, que lo primero que tocó fueron sus labios. 
Saltó hacia atrás, llorando por los recuerdos que le trajo aquel tacto...  Los labios de Hester habían rozado su dedo tal y como los labios de Christian habían tocado los suyos...
Y en aquella esquina se puso a llorar, como lo hizo aquella tarde en la panadería, sumida en sus recuerdos.
Y aunque Hester podía leer mentes, eso sólo le servía para saber las características de la persona que miraba, no podía leer sus recuerdos, por lo que ignoraba que le había pasado a esa muchacha. Tanya se acercó al borde de su montón de paja y asomó la cabeza para mirar la silueta de Elisabeth, que se había hecho una pequeña bola abrazandose a sí misma y sumida en un llanto interminable.

viernes

Historia de Eli - Capitulo 5



Una mañana en la tienda de Elvisa entró un señor de lo más normal: con sombrero, una americana y unos pantalones lisos. Un empresario rico que venía a comprar pan. Eli le observó entre la rejilla de la puerta que separaba  la cocina de la sala del mostrador y vio como Elvisa salió a atenderle.
El señor curvó las cejas y miró constantemente hacia donde se encontraba Elisabeth mientras era atendido por Elvisa. Eli se sorprendió y no apartó la vista hasta que aquel caballero se hubo ido de la tienda.
Elvisa entró por la puerta de la cocina en ese momento.
-Tienes que hornear unos panes pequeños para dentro de una hora. Ese señor tiene pensado pagarme mucho si le atiendes tú.
La muchacha atendió a sus órdenes e hizo lo mejor que pudo unas barras pequeñas de pan. Una hora después se puso en el mostrador, esperando pacientemente la llegada de ese señor. Llegó puntual cargando una gran cesta de madera vacía, la cual llevaba para meter la compra  de la panadería.
Eli le recibió con una sonrisa fingida, ya que en verdad se mantenía atenta de los movimientos de aquel señor. Cuando cruzó la puerta pudo fijarse en pequeños detalles que no percibió antes, como una cicatriz muy marcada en su pálida piel, desde el lóbulo  de la oreja derecha hasta la comisura de los labios. Él le dirigió una mirada muy poco disimulada al cuerpo entero de la niña, como examinándola.
-¿Cuánto? - preguntó de repente, sorprendiendo a Elisabeth. Ella abrió los ojos sorprendida y buscó ávidamente el tablón de los precios, ya que todavía no se los había aprendido.
Empezó a leerlos todos, porque no sabía cuál era el que habia encargado el señor exactamente.
-Pues... 4 monedas por todo.
-¿Sólo?-dijo perplejo, mientras le seguía mirando.
-Eso es lo que pone...
Eli se asomó a la puerta de la cocina, silbó un poco y Elvisa le miró.
-El cliente... Pregunta por los precios. -dijo Eli.
Elvisa abrió los ojos de par en par y se le escapó una risita. Fue corriendo a donde el cliente y le saludó.
-Te regalo los panes.- le dijo, dejando a Eli con la boca abierta, ya que esas cuatro monedas le habrían servido para pagar el piso.
-Entiendo. Entonces, ¿Cuánto te debo? -le dijo el señor sonriendo.
Eli miró a ambos sorprendida, ya no sabía de lo que hablaban. Prestó atención a todos los gestos de los músculos de la cara de ambos, intentando entender lo que se tramaban. Elvisa se mostraba pensativa, como eligiendo lo que ese señor le pedía.
-Diez monedas.
-Trato hecho.
El señor cogió del cuello del vestido a Eli, que intentó zafarse como pudo.
-Adiós, muchacha - dijo Elvisa.
Eli la miró tristemente... Ahora lo entendía todo.
La había vendido.