miércoles

Historia de Eli - Capítulo 6



Abrió los ojos. Un nuevo techo, ya no era el piso al que estaba acostumbrada. Aquel parecía más pequeño en cuanto a dimensiones, y de una madera vieja. Su cama se había transformado en un incomodo montón de paja, y la madera donde se apoyaba mostraba grietas que dejaba ver lo que parecía el suelo a unos centímetros de distancia. Eli no sabía dónde estaba. Al incorporarse, le dio un tirón en la pierna y le dolió de repente un lado de la cabeza. Se palpó, y notó un pequeño chichón. Luego miró como pudo su pierna, aunque no había luz eléctrica y la luna que iluminaba entre los huecos de la madera no era suficiente para ver lo que tenía. Desplazó la mano y descubrió que una figura le rodeaba el tobillo, metálica y fría, atada a una cadena. Unos grilletes le ataban a ese cuarto. Notó una presencia y se quedó quieta, silenciosa para oír que ocurría. Descubrió que ese espacio era mucho más reducido de lo que pensaba, ya que unos ronquidos procedentes de encima suyo le hizo adivinar que se encontraba en una especie de litera, y que encima dormía alguien más, "quizá el señor que me había comprado", pensó durante unos minutos, aunque descartó la idea al oír unos grilletes moviéndose arriba. Fuese quien fuese, también estaba encadenado. El silencio le pudo ayudar a oír unos cascos de caballo, diría que de dos animales, rechistando contra el suelo acompasados, hacia donde tenía la cabeza antes apoyada, y se fijó en el zarandeo del suelo donde estaba recostada. Parecía ser una carroza. Había poco espacio más, por lo que pudo calcular, unos dos pasos hasta el sonido de los caballos, y un paso hasta el del viento que soplaba a través del final de la carroza.

Estiró la mano hacia donde se oían los caballos, despacio, para comprobar cuanto separaba la carroza de la parte delantera, donde se situarían los conductores, o quizá el señor de la cicatriz. Por lo que pudo comprobar, no había mucho más sitio desde que se acababa la cama de paja hasta la madera que separaba los dos compartimentos, aunque el suficiente como para que no llegase andando, ya que los grilletes no permitían tanto movimiento. Palpó su cuerpo, descubriendo que no llevaba su vestido ni sus guantes, fundamentales para evitar tocar a la gente con la piel. Apenas llevaba unos viejos harapos que ocultaban poco su cuerpo desnudo. Necesitaba volver a conseguir el vestido, porque descartaba la idea de aprovecharse de su poder para escapar. 
Los ronquidos procedentes de encima suyo cesaron, aunque apenas se notaba por el ruido que hacían los cascos de los caballos. 
-¿Nueva? - susurró una voz femenina y un poco aguda.
Eli asintió, aunque al poco tiempo de hacerlo se acordó de que la chica que estuviera arriba no podía verle.
-Creo que sí. ¿Dónde estamos? - preguntó Eli, sin subir del tono de voz que había usado la muchacha.
- Sí, se nota que eres nueva. Aquí hay una ley, los nuevos no preguntan, sólo los más experimentados pueden hacerlo. ¿Nombre?
Eli se sorprendió de la hostilidad de la muchacha, aún así, un poco ofendida respondió a su pregunta.
-Elisabeth.
-¿Elisabeth? Había oído muchos nombres, pero ese es especialmente cantarín .-dijo con una voz picaresca - Me gusta.
-¿Hay alguien más en esta carroza? ¿O sólo somos dos?
-Veo que no entiendes lo que te dicen los superiores. - dijo una voz masculina procedente de la derecha. Miró hacia allí y descubrió la silueta de un muchacho sentado con una pierna cruzada. -Sólo somos nosotros tres. ¿Satisfecha?
-Shhh. - murmuró la otra chica. - No armes tanto escándalo, Hester.
Eli se quedó callada, escuchando con atención lo que esos dos muchachos -ya averiguó que el chico se llamaba Hester- hablaban.
-No es escándalo. Tú voz infantil es más molesta, es tan aguda que molesta a mis oídos.
-Serás... -dijo la chica entre dientes, furiosa - ¡Tu voz si que me molesta a los oídos, pueblerino!
-¿Piensas que ser de pueblo me afecta? Sueltas palabras al azar, eso demuestra que eres muy infantil. ¿Qué importa que sea de pueblo, si al final acabo a tu lado, que no lo eres? Eres tú la que ha bajado de reputación, siendo comprada. 
Las voces se callaron. Se oyeron gemidos de la cama de arriba, por lo que parecía que la niña había comenzado a llorar.
Elisabeth no quiso romper el silencio, aunque le incomodaba bastante. 
- ¿Y bien, qué haces aquí, Elisabeth?-susurró Hester.
- Me han comprado... 
- Eso es obvio, pero, el "cicatriz" no compra a cualquiera, suele comprar a gente especial, gente con talento. 
- Sólo soy una simple aprendiz de panadera. - respondió Eli, intentando olvidar el hecho de su piel y los espíritus.
- Mentira - sentenció él. - Algo tendrás de especial para que lo haya hecho. 
Elisabeth se quedó en silencio, sin saber que decir.
- Ya sabes lo que es, no juegues con ella -dijo la muchacha, con la voz recompuesta de nuevo.
El muchacho rió.
- Es verdad. En fin, parece que ahora sabes cuál es mi habilidad. O por lo menos eso espero.
Elisabeth ya había oído hablar más de una vez de gente como él. 
-Lees mentes... -susurró ella, afirmándolo.
-Exacto, esa es su habilidad, - dijo la muchacha de nuevo. - aunque también tiene la habilidad de sacar de quicio a los demás. 
- No, - replicó Hester- sólo te lo hago a ti, porque me haces gracia cuando te picas. - dijo en tono burlón.
- ¡¡Hesteeeeeeer!! - repuso la niña
- Shhh, ahora quien arma tanto alboroto, ¿Tú o yo? - rió el chico de nuevo, burlándose de la muchacha.
De nuevo se sumergió todo en un silencio incómodo, aunque esta vez, Eli se dispuso a romper el silencio.
- ¿Tú eres Hester?
- Exacto - respondió el chico.
-¿Y ella?
- Ahh, ¿la niña picona? - rió de nuevo - Se llama Tanya.
- ¿Quién te ha dado permiso para decirle mi nombre? - dijo Tanya furiosa.
- Es de mala educación no presentarse - repuso Hester en tono burlón. 
Eli miró la silueta del chico, había escuchado muchas veces que aquellos que leen mentes, llamados comúnmente los "sabios de la llanura", ya que vivían en poblados situados en extensas mesetas, eran inmunes a cualquier ataque del poder de los médium el cual poseía Elisabeth.
Alegre de conocer a alguien a quien poder tocar sin poner su existencia en riesgo, la muchacha se acercó gateando hasta donde el chico y palpó su cuerpo, con tan mala suerte, que lo primero que tocó fueron sus labios. 
Saltó hacia atrás, llorando por los recuerdos que le trajo aquel tacto...  Los labios de Hester habían rozado su dedo tal y como los labios de Christian habían tocado los suyos...
Y en aquella esquina se puso a llorar, como lo hizo aquella tarde en la panadería, sumida en sus recuerdos.
Y aunque Hester podía leer mentes, eso sólo le servía para saber las características de la persona que miraba, no podía leer sus recuerdos, por lo que ignoraba que le había pasado a esa muchacha. Tanya se acercó al borde de su montón de paja y asomó la cabeza para mirar la silueta de Elisabeth, que se había hecho una pequeña bola abrazandose a sí misma y sumida en un llanto interminable.

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