miércoles

Historia de Eli - Capitulo 1



            Salí corriendo, mirando una y otra vez atrás, por si alguien me seguía. Doble la esquina de nuevo, empujando a la poca gente que paseaba a esa hora. Después de doblar unas cuantas calles más, conseguí llegar a mi casa. Cogí la primera chamarra que encontré en mi habitación. Busqué una mochila  y empecé a rellenarla de cosas que me podrían servir durante mucho tiempo. No pretendía estar más allí, por lo que tiraba lo que no me servía. Entonces es cuando empecé a oír ese pitido… Era un pitido muy repetitivo, pero cada vez  sonaba más rápido. Mi corazón se aceleró. Lo sabía, ya no tenía tiempo. Entonces sonó una gran explosión que recorrió toda la casa.
            Unos momentos después, me incorpore, mareado. Y cuando me giré me di cuenta de lo que vi. Allí yacía muerto mi cuerpo.
**
Dejó la mano en alto, mientras miraba a aquel pajarillo. El animalito movía la cabeza con rápidos movimientos. Mientras, con pequeños brincos se iba acercando, piando. Levantó la otra  mano dejando una pequeña pipa en su palma. El pajarillo, cada vez más cerca, silbaba cada vez con más fuerza. En un momento llegó a pararse, enfrente de sus manos, mientras le miraba con esos ojos negros. La chica contuvo la respiración durante un momento. El pajarillo abrió las alas y se posó en las manos de aquella joven. Le echó una mirada, agachó la cabeza en un abrir y cerrar de ojos, con la pipa en el pico, y se dispuso a echar a volar. Entonces aquella chica le tocó la cabeza al pájaro, con una lágrima corriendo por su mejilla izquierda. En aquel momento, toda luz se fue de los ojos de aquel dulce pajarillo, que cayó cual hoja de sus manos. La chica se miró las manos, mientras las lágrimas mojaban su cara. Se acercó aquellas manos a los ojos, para no contemplar, como ese animalillo desaparecía, haciéndose polvo…
**
            -Vamos a llegar tarde por tu culpa, Eli.
            Eli se remangó el vestido, y echó a correr detrás de Christian, su amigo. Se paró de nuevo, de golpe, y se dio la vuelta una vez más, para contemplar, lo que sería la última vez, aquella destartalada casa.
            Elisabeth y Christian eran dos niños abandonados. Llevaban muchos años juntos, tanto, que no se acordaban de cómo vivían antes de conocerse el uno al otro. Sólo alcanzaban recordar las aventuras que habían vivido juntos: la vez en que decidieron ir a dormir a aquella casa; ese día que el frutero les pilló robando las manzanas, y aquella huida de sus furiosos gritos, bajando toda la calle corriendo; la vez que el panadero sintió pena, al oír el rugido de la tripa de aquellos dos críos al pasar por delante de su tienda… Realmente habían pasado muy buenos momentos, sobre todo en aquella casa vieja. Eli todavía recordaba  cuando llegaron allí, un día de lluvia,  e intentando protegerse, se colaron dentro. Entonces, descubrieron que era una casa abandonada, esa que los chavales del barrio decían que estaba “embrujada”. Por eso decidieron habitar allí, ya que nadie se enfadaría si lo hacían. Y, hasta aquel día, que un señor les había sorprendido entrando. Después de regañarles, les había avisado, de que iban a tener que irse a otro sitio, ya que una familia rica se había propuesto comprar el terreno e iban a derruir la casa para construir una nueva. También se acordaba de cómo Christian se había pasado aquella noche llorando, y proponiéndole proteger la casa en la que habían pasado tan buenos momentos. Pero ella le había hecho desistir de esa idea, y le había intentado animar con palabras, evitando cualquier contacto físico.
            Eli cerró los ojos y susurró una despedida, de forma, que sólo ella escuchó lo que había dicho. Se dio la vuelta y le mostró una sonrisa fingida. Él le miró, le devolvió la sonrisa  y se dio la vuelta.
            -Vamos, Eli. Que tenemos que irnos ya. – levantó una mano, a modo de despedida de aquel lugar tan importante para él.
            Eli se volvió a remangar el vestido y corrió hasta Christian y cuando estuvo a su lado, se agarró de su brazo, con sus manos cubiertas de unos guantes, para evitar cualquier acercamiento a su piel.
            Empezaron a andar, alejándose poco a poco de aquella casa. Eli notó que los pasos de Christian temblaban, resistiéndose a marcharse de ahí. Y cuando miró su cara, vio como una gota cristalina se resbalaba por su mejilla. Miró a otro lado, ya que sabía que a Christian no le gustaría que le viera llorando. Entonces, él se paró en seco, se secó las lágrimas con un brazo y miró a Eli.
            -Algún día – dijo – haré que no tengas que llevar esos guantes – Eli le miró entristecida.
Christian notó que se ella se estaba apenando, así que se agachó un poco para que sus ojos estuvieran a la vista, esos ojos de color miel que tanto le gustaban. Eli le miró, pero rápidamente apartó  la vista. Christian levantó el brazo y lo posó cuidadosamente sobre su pelo. Eli se sobresaltó y con un golpe con la mano la apartó.
-No me toques – dijo Eli, con una voz seria y grave que no parecía de ella, mostrándose muy enfadada. Miró a la casa un segundo y empezó a andar en sentido contrario, aún con el ceño fruncido - ¿Vienes, o te vas a quedar aquí?
Christian la observó un minuto, pensando en la escena que había ocurrido. Se dirigió hacia ella, sin mirar ni un segundo atrás, ya que lo que quería estaba allí, delante de él.  Suspiró pesadamente y se pasó la mano por su revuelto pelo de color azabache, mientras intentaba ordenar sus ideas. Dio unos pasos rápidos y se colocó al lado de Eli, y aguantándose las ganas de mirarla, le preguntó:
-¿Y adónde vamos ahora?
-De momento, sólo se me ocurre un sitio - dijo cabizbaja
Eli se subió los largos guantes hasta el comienzo de la manga de aquel bonito vestido azul cielo, y torció la calle con un paso seguro. Christian la seguía por detrás con pasos tambaleantes. Ya se imaginaba donde estaban yendo esas pequeñas pisadas de aquella menuda niña. Seguramente se dirigían a la panadería, donde irían a hablar con la señora Smith, la mujer del panadero. Y es que  esa señora siempre llena de harina les daba la bienvenida con los brazos abiertos, todo lo contrario a su marido, que sólo una vez sintió pena por aquellos estómagos vacíos, al contrario de todos los recibimientos dados con palos y golpes. Esa era una de las razones por las que a Christian no le gustaba ese lugar. Otra de las razones era simple: el olor tan rico que venía de un delicioso pan recién hecho le daba muchas ganas de comer. Pero, Eli y él no tenían mucho dinero, solo algunas monedas que algún humilde ciudadano les había dado, aún así, un simple trozo de pan recién hecho acabaría con aquellos ahorros.
 Por eso, Christian no quería ir allí. Hacía unos días que no comía decentemente, y sólo pensar que iban a la panadería hacía que su estómago se quejara, y eso le molestaba. Sin embargo, Eli no parecía darse cuenta de su  vacío estómago, porque iba directa allí sin tambalear.
Y es que a Elisabeth le gustaba mucho ir a la panadería, porque le caía muy bien la señora Smith. A ella le fascinaba cuando aquella señora menuda, regordeta y llena de aquel polvo blanco, que para ella era ‘algo parecido a la nieve, pero caliente’, le enseñaba como con un cilindro de madera amasaba aquella pasta, y hacía que luego se convirtiera en pan. También le gustaba ver aquel horno de piedra, y observar como chispeaban las llamas de ese fuego agresivamente, como pidiendo escapar de ese sitio, y ser libre. A veces se quedaba mirándolo durante mucho tiempo, a veces horas. Veía como aquellas masas blancas se iban oscureciendo y haciéndose cada vez más tiernos. Luego la señora Smith los sacaba, con unos grandes y abultados guantes en las manos, retiraba la rejilla de hierro donde se situaban con cuidado, mientras esos panes humeantes impregnaban la habitación con un delicioso olor.
Por eso, en la cara de Elisabeth se veía una amplia sonrisa, mientras que la de Christian mostraba una mueca de asco hacia ese lugar, mientras sus pasos desacompasados iban hacia allí.
Christian agachó la cabeza, y de repente se dio cuenta de que Eli ya no le seguía, cuando miró atrás le vio parada en medio del camino. Tenía la mirada perdida, parecía que le miraba, pero en verdad, sus ojos le atravesaban, como si mirara algo que estuviera detrás.
Él se quedó quieto, y la muchacha le seguía mirando, cada vez con la cara más aterrorizada. De repente ella empezó a dar pasos hacia atrás, alejándose de él. Poco a poco sus pasos comenzaron a temblar, y aquellos pies, acabaron chocándose, haciendo que con un golpe se cayera al suelo. Se agarró fuertemente la cabeza con las manos, mientras susurraba unas palabras, sólo audibles para sí misma. Cada vez su cara se tornaba más blanca, tan pálida que parecía enferma, Christian estaba asustado. Se acercó lentamente a ella, con la respiración entrecortada por el miedo.
-Elisab...
-¡No! - Chilló Elisabeth, levantándose de un golpe y corriendo hacia la dirección contraria, adentrándose a un oscuro callejón.
-¡Elisabeth! - Gritó Christian, confundido y asustado a la vez
Dudó un instante entre correr o pedir ayuda, pero había una fuerte emoción que hizo que sus piernas siguieran las zancadas de aquella niña, como un hilo invisible que le uniera a ella. Por eso, siguió a sus piernas, se guió por ellas, creyendo que aquel hilo le diría dónde se encontraba aquella chica a la que estaba tan ligado.
Corrió por aquellos callejones, saltando montones de cajas y sorteando otras. Torció a la izquierda en un cruce y al ver lo que se encontraba en frente de él, lentamente cayó al suelo, arrodillándose en el acto.
Delante de sus ojos estaba la panadería, pero no era eso lo que le sorprendía, sino las llamas feroces que salían de su interior y el humo completamente negro que salía por las ventanas...
Los ojos de Christian se empezaron a nublar y enrojecer. Una de las razones era aquel humo, que hacía que se le irritaran los ojos. Pero la verdadera razón era que estaba llorando. De tristeza, incluso él estaba confuso. La de veces que había deseado que desapareciese aquel lugar, y sin embargo, ahora se apenaba por ello. De repente se dio cuenta de que la estructura de madera de aquel edificio no tardaría demasiado en derrumbarse, y con ello, todo se vendría abajo. Tenía que hacer algo... Inmediatamente un pensamiento le dejó de piedra... ¿Y si Elisabeth se encontraba allí dentro? Entonces se levantó de un salto, sus piernas se tambalearon, pero él se puso firme y corrió en dirección al pozo. Sus pasos resonaban por la calzada, desierta, mientras en el fondo se oía el ruido del crepitar del fuego. Cuando llegó al pozo, dejó caer de golpe el cubo, soltando el tope de la polea. Al oír el golpe seco del cubo en el agua, tiró fuertemente de la polea, con toda la fuerza y la rapidez que pudo. Cuando salió el cubo lleno, puso el tope en la polea y cogió el cubo, con esfuerzo, ya que pesaba bastante. Corrió agarrando el cubo con las dos manos, para que se cayera la mínima cantidad de líquido posible. Cuando llegó a la panadería, el humo era mucho más negro, y el fuego abarcaba toda la estructura. Christian se tragó el miedo que sentía. Fue a la puerta, y tras dejar el cubo en el suelo, con unas embestidas, derribó la puerta.
Entonces cogió de nuevo el cubo y entró en el edificio. Oía como crujían las vigas de madera, pero se dirigió a la principal, en medio del comercio. Cuando llegó, observó como la viga ardía. Sin dudarlo un segundo, estrelló el contenido del cubo contra ésta. El fuego se apagó parcialmente, pero la madera humedecida y ablandada de la viga, empezó a resquebrajarse. Christian observó aterrorizado como la estructura de madera se vino abajo, encima de su cabeza. Su cuerpo se quedó atrapado entre los restos de lo que había sido el techo de la panadería. Sentía un dolor horroroso en las piernas. Y profirió un grito agonizante cuando vio como un líquido rojo aparecía a través de los escombros que se encontraban encima de su cuerpo...

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