jueves

Pupilas - Prólogo


Una gota produjo unas ondulaciones en un charco cercano, que sacó a Nania de sus pensamientos. Miró a Erik de nuevo y fingió una sonrisa.
-Entonces, ¿lo pensarás? – dijo cuando pudo articular las palabras.
Erik se metió las manos en los anchos bolsillos de su pantalón, de dos tallas más grandes que la de él, y pisando con cuidado otro charco, llegó a la pared de cemento que había cerca. Se apoyó en ella, y tras un momento cabizbajo, y con aire de que el tema no iba con él, suspiró. Nania se fijó en todos sus movimientos, pero no hizo amago de moverse de donde se encontraba.
Unos rayos de sol se abrieron paso entre las grises nubes e impactaron directamente en la cara de Erik, quien los esquivó volviendo a bajar la cabeza.
-E-Erik… – comenzó a decir Nania, no pudiendo contener ya las lágrimas, porque empezaba a suponer cual iba a ser su respuesta.
Erik la miró con unos ojos azules muy oscuros y profundos, se incorporó y le dio la espalda. Antes de irse, giró la cabeza hacia Nania, que ya lloraba, sabiendo la respuesta.
-No. – Dijo Erik – Lo siento, Nania.
La pupila anaranjada del ojo de la chica comenzó a teñirse de un rojo como la sangre, pero ella evitó que Erik le viera apartando la mirada que hasta entonces había posado en él. Con éste gesto, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
Erik ya estaba muy lejos, tan solo torció una esquina y desapareció del campo de vista de la chica. Entonces Nania se abrazó a sí misma y se sentó de golpe allí, en medio de un pequeño patio en el que casi nunca había nadie.

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