sábado

Historia A - Parte 1

A mi derecha. Dentro de poco aparecería a mi derecha. Lo sabía igual de bien que sabía respirar. Apreté los dedos en torno a la empuñadura y preparé el dedo en el gatillo. Podía oír ya el eco de unos pasos  ajetreados  dirigiéndose hacia la esquina donde yo me ocultaba. Inspiré, sintiendo la frescura del frío aire nocturno de las calles de Oslo, era el momento. No debía dudar.
Me volteé sobre mi hombro y me descubrí en la calle opuesta, por la que venía aquel pobre desgraciado. Tan pronto como me vio salir se quedó paralizado, yo ya le apuntaba con la pistola.  Su cara se volvió completamente pálida, su respiración era dificultosa debido a la carrera y se podía notar su creciente nerviosismo.
Me acerqué un poco a él, lo suficiente para saber que aunque intentase escapar daría en el blanco. El hombre de unos cincuenta años me observaba bajo la sombra de su sombrero. Hice un minucioso análisis de su aspecto, como me lo permitía la poca luz que había en esa calle nada transitada a aquellas horas de la madrugada. Tenía el pelo canoso, corto y abundante, una mirada decidida y un rostro bien afeitado en el que las arrugas no habían hecho mucha mella todavía. Llevaba un abrigo gris, largo y viejo que dejaba entrever la constitución ancha del hombre; a pesar de ello no era de mucha estatura, varios centímetros por debajo de mí. Me fijé en sus zapatos relucientes y me vino a la mente la ficha que me habían entregado sobre él. Se llamaba André Bertrand, de origen francés; se había establecido en Noruega en su juventud y ahora ya tenía su vida allí. Aquel hombre no era político, ni jefe de una empresa importante, ni una persona de la que se oyese hablar. Hacía varios años atrás se había visto agraciado por unos negocios que ahora estaban a punto de pasarle cuenta, mediante mi mano.
-Si va a matarme hágalo ya –dijo  el jadeante hombre, exhalando vaho.- Sabía que no debía haberme fiado de ellos…
La última frase la dijo casi enfadado. Me asombró su valor, el hecho de que supiese que estaba a punto de morir no le asustaba. De todos modos era una víctima más, no debía andarme con rodeos. Alcé el brazo un poco más y le apunté entre los ojos, Ya sólo debía apretar el gatillo como había hecho otras veces. Nadie oiría nada ya que disponía de un silenciador. Cobraría por mi trabajo y volvería a mi país y misión cumplida.
-Hoy es una bonita noche para morir, ¿sabe señor Bertrand?-dije sin mucho ánimo de ofender.
El hombre cerró los ojos por unos instantes, cuando volvió a abrirlos parecía que todo su arrojo había desaparecido. Ya sólo quedaban en él el miedo y la resignación. Me miró directamente, y de sus ojos humedecidos brotaron lágrimas.
-Prométame que no las harán daño. Mi hija y mi mujer…son lo más importante que jamás he deseado tener.- el hombre cayó de rodillas, derrumbado, envuelto en lágrimas. Yo le seguí apuntando. De repente alzó la voz.- ¡Prométamelo! ¡Ellas son mi vida! Las quiero tanto…tanto…

El señor Bertrand lloraba, posiblemente como nunca lo había hecho en su vida. No podía pensármelo más, ya decidido iba a apretar el gatillo…Pero no pude, no podía. Me temblaba el brazo. No podía matarle.
-Lo siento.-susurré. El hombre esperaba ya el impacto de la bala, pero jamás se produjo.-Márchese… ¡Márchese de aquí!
Bertrand alzó la vista hacia mí, sin creer mi compasión. Pero pronto se incorporó y pasó por mi lado.
-¡Lárguese de una vez! ¡Vamos!-exclamé, bajando el arma.
-Gracias…-susurró el hombre ahogadamente.
Ya se alejaba de mí cuando se oyó un disparo y el señor Bertrand, unos metros más allá cayó al suelo como un saco. Era evidente que yo no había sido, alguien había rematado mi trabajo.
Me dio el impulso de correr hacia el hombre al que yo acababa de perdonar la vida y eso fue lo que hice. Me arrodillé junto a él y le sujeté la cabeza con mi brazo. Le chorreaba sangre del pecho, le había alcanzado muy cerca del corazón. No se podía hacer nada por él. Bertrand aún conservaba su último aliento. Me miraba con los ojos nerviosos, debía de estar sufriendo un infierno. Yo normalmente solía dar un tiro certero, proporcionaba a mis víctimas una muerte rápida e indolora. A aquel tirador le gustaba hacer sufrir una agonía.
-P…Proteja a mi familia…- su voz era muy débil y el sangrado no era precisamente lento.-Ellos también las matarán…L…Lo sé…
-No puedo prometerle nada…-le dije.
Él sonrió, desbordándose por la comisura de su boca un hilillo de sangre.
-Sé que lo hará…Ellas no están aquí…Busque en mi bolsillo…-hice lo que me ordenó y obtuve una pequeña libreta.-Ahí está su dirección…encuéntrelas…encuéntrelas…
Cada vez hablaba más bajo, ya apenas podía oír su voz entrecortada.
-Dígalas que las quiero…
En aquel momento exhalaba su último hálito y su vida se apagó como una vela. Suspiré y le cerré los ojos con la mano. Seguido me levanté y me apresuré a desaparecer por las calles más oscuras, ya podía oír las sirenas de la policía. Dirigiéndose hacia allí. 

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