miércoles

Historia de Eli - Capítulo 15


Una mujer acababa de atravesar la puerta de la taberna, y aunque al cerrarla hizo que se oyera un fuerte portazo en su cara se veía una sonrisa tranquila al dirigirse a la barra. Mientras avanzaba, atraía las miradas de la muchedumbre que se encontraba en el edificio. Ella caminaba elegante hacia el señor que dejó de limpiar las jarras para mirarle cuando se sentó en un taburete.
-¿Qué desea? – le preguntó tras observarle y volver a frotar la jarra que tenía entre manos.
-¿Has visto a unos niños? – dijo mientras cogía un mechón oscuro de su largo y liso pelo en busca de algún desperfecto.
-¿Por qué lo dices? – el señor dejó de limpiar de nuevo y le miró malhumorado, cansado de tantas preguntas.
La señora le miró y le sonrió antes de responderle.
-Porque estoy buscando a mi hija.


Cuando Eli llegó al almacén, calada hasta los huesos, sólo vio a los equinos y la carroza. Se preguntó dónde estaría Hester y si éste habría descubierto a Tanya, pero no encontró rastros de ellos a la vista. Los equinos se revolvían con su presencia, como si supieran que en verdad suponía un problema para ellos. La muchacha silbó para calmarles, en vano, ya que ellos siguieron resoplando. Tras rendirse, resopló. En ese momento se acercó a la carreta y descubrió a Hester dentro de ella. Al acercarse un poco más, pudo ver que estaba acariciándole el pelo a una chica, Tanya. Eli estaba contenta de verla de nuevo, tal y como la recordaba al poco tiempo que la había podido ver. Sin embargo, por lo que parecía, ellos no habían visto a Elisabeth y ésta decidió ocultarse más y escucharles.
-Vendrás con nosotros, ¿verdad? -susurró Hester
-Sí, iré contigo, pero tenemos que llevar a la niña con nosotros. No podemos abandonarla -le respondió Tanya, con la voz entrecortada por sollozos.
Hubo un corto silencio antes de que Hester respondiera, y durante ese tiempo Eli se oía su respiración, intentando acallarla.
-Somos tres, si la traemos pasaremos menos desapercibidos...
-Da igual -le cortó Tanya. Parecía algo molesta porque le replicara, pero aún así seguía hablando muy bajo- la llevaremos con nosotros.
-Bueno... bien. -concluyó Hester- Pero marchémonos ya.
Eli decidió alejarse de donde estaba y fingir que no había escuchado nada, ya que no era de buena educación espiar conversaciones, aún así, ella lo había hecho, y aunque no sabía de quien hablaban,  intuía que pronto lo sabría.
Poco después Hester salió de un salto del caro y miró hacia atrás para darle la mano a Tanya y ayudarle a bajar. Cuando ésta bajó, Elisabeth se dio cuenta de que llevaba una niña a la espalda, y por lo que parecía, de unos siete años. Cuando ya bajaron todos, miraron alrededor y vieron a Eli, que les sonreía desde una esquina de la habitación.
Ésta tenía ganas de tirarse a abrazar a Tanya, ya que realmente le había echado de menos, pero se contuvo y esperó a que los tres se acordaran a donde se encontraba.
Se acercaron y se saludaron con un movimiento rápido de cabeza. Eli sonrió a Tanya, pero esta miró al suelo avergonzada. Entonces Hester levantó a Elisabeth, pillándola desprevenida, y la montó en la parte trasera de la espalda del tordo. Éste relinchó y se revolvió, pero no hizo ningún gesto demasiado brusco. El chico se subió de un salto delante de la chica, después de desatar las riendas del poste donde estaban atadas las yeguas. Tanya subió a la niña al palomino y después de deshacer el nudo que le ataba al poste se subió detrás de la niña, que parecía dormida.
Antes de que nadie pudiese reaccionar, Tanya se acercó al poste de madera, donde ya no había ninguna rienda y le prendió fuego con el tacto, nada más hacerlo, espoleó al caballo en dirección a la salida, seguida por el tordo revuelto. Eli se agarró en acto reflejo a la espalda del muchacho, y así galoparon entre algunas calles poco transitadas hasta la salida del pueblo, sin embargo, se alejaron del camino y galoparon hacia un campo, atravesándolo por completo y perdiendo de vista el pueblo, que lo único que se veía de él desde allí era una nube de humo negruzco, que provocó un escalofrío a Elisabeth y la atormentó con recuerdos.


La señora permaneció en la taberna, escuchando lo que el señor le decía sobre los niños que habían entrado. Eran ellos, encajaban a la perfección con la descripción el tabernero.
-¿Sabes a dónde se dirigían? -cortó la mujer a las descripciones del señor.
-Pues no... -dijo mientras pensaba en los varios clientes que había tenido ese mediodía-, no se han acercado a la barra, se quedaron en la mesa de allí -explicó señalando la mesa donde habían estado sentados Hester y Elisabeth- no se movieron de allí.
La mujer gesticuló una mueca y volvió a mirarse mechones de su pelo antes de levantarse.
-Gracias – dijo cortante mientras se dirigía a la puerta de entrada
-¿Era quién buscabas? – gritó el señor de la barra para hacerse oír por encima de la gente de la taberna.
Creyó ver que la señora se paraba un momento, pero sólo recibió un portazo como respuesta.

Anduvo por las calles, a esas horas muy llenas de gente por todas partes. Pero ella no se fijaba en ellas, sino que hablaba con el casi invisible ente de Ayik. Aojos de la gente, hablaba sola, pero realmente había un ente a su lado, el alma de una persona, aunque no era realmente una.
-Han estado en la taberna, ¿cómo no les has visto? – le gruñía la señora
-Disculpa, no he visto ni al muchacho, ni siquiera los cabellos rubios de la niña. – respondió él de mal humor.
La señora se paró.
-Ayik, ¿ellos te han visto?
El ente de Ayik también se paró al lado de la señora, mientras pasaba su larga lengua por todo su rostro.
-No, no creo que lo hayan hecho.
-Quizá sí – dijo la mujer retomando el paso rápido, aunque sin ningún rumbo fijo – No hay que olvidar que el chico es un mentalista.
- ¿Y? – dijo Ayik sin entender a qué se refería – Aunque pueda saber quién soy, ese tal Hester V. Din no puede saberlo si no ve mi cuerpo. Me aseguré de alejarme mucho del cuerpo y esconderlo bien. –dijo mientras hacía algunas burlas a la gente que pasaba, demostrándole a la señora de que los demás no apreciaban su ente.
-Por eso mismo. Es muy observador, como se esperaba de un mentalista – dijo entre dientes.


Los muchachos descansaron cuando se habían alejado lo suficiente del pueblo. Bajaron de las yeguas y les dejaron pastar atadas a unos solitarios árboles en medio de un extenso campo. Tanya se encontraba más lejos que los otros dos, con la niña en su regazo, mientras Hester y Elisabeth dormían.
-Tengo hambre – se quejó Tanya aunque sabía que no obtendría respuesta.
En verdad Elisabeth también tenía hambre, aunque el cansancio era mayor. Aún así, los cuatro tendrían que comer antes de partir de nuevo.
Tanya se acercó a Hester y le zarandeó el hombre para despertarle. Éste comenzó a abrir los ojos y miró a Tanya, que le miraba con los ojos agotados.
-Tengo hambre - repitió.
Hester se incorporó y se puso una mano en el cuello mientras miraba en derredor. Cuando vio que Eli seguía dormida y la niña también, miró de nuevo a Tanya.
-Duerme un poco mientras preparo algo – le ordenó a la chica.
Ella no dijo nada antes de tumbarse en la hierba, muy cerca de la niña, y poco después ya estuvo completamente dormida.
Hester se quedó sólo, aún así, no bajó la guardia ni un instante. Estaba acostumbrado a estar atento de cualquier cosa que sucedía alrededor suyo, y sabía que esa costumbre no desaparecería tan rápidamente. Sacó lo que necesitaba de la bolsa que llevaba encima y que había rellenado cogiendo cosas útiles que se encontraban en el carro, y fue a encender un fuego, algo alejado de los otros tres. Mientras lo preparaba, se acercó a la niña pequeña, que tenía los ojos abiertos y le observaba con una mirada penetrante. Fue a decir algo, pero Hester le puso un dedo en la boca y le hizo callar.
-Todos duermen – dijo en un susurro mientras le sonreía, para no asustarla.
La niña asintió, pero no dijo nada.
-¿Quién eres? – le preguntó la niña a Hester una vez se acercó de nuevo a ella tras comprobar de nuevo el fuego.
-Hester – respondió sonriéndole de nuevo. - ¿Y tú?
-Neth – dijo la niña fríamente. Por lo que Hester pudo comprobar, estaba muy cansada y seguramente se volvería a dormir.
-¿Conoces a quien te está cuidando? – preguntó de repente, acordándose de lo cercana que era Tanya con ella.
-Yo sí, pero ella no. A Tanya siempre le han gustado los niños.
Tal y como Hester había sospechado, la niña conocía a Tanya, aunque le descolocó algo que Tanya no conociera a Neth.
-Neth, ¿de qué le conoces?
Neth le miró un poco asombrada. Por algún motivo, pensaba que el muchacho ya lo suponía, pero le respondió sonriente.
-Pues porque Tanya es mi hermana de sangre.

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